BECK HUNTER
—¡BECK!, ¿una foto, por favor?
Sonrío al dispositivo móvil que se instala delante de mi cara. La chica no ha esperado a que le confirme que quería hacerme la fotografía, ha soltado el comentario a modo de indicativo.
Otra voz suena al lado de la de ella.
—¿Me puedes firmar la camiseta?
El niño, que me ha acompañado desde que he pasado los controles de seguridad del aeropuerto, me pide por enésima vez que firme un nuevo objeto. Lo hago mientras acelero el paso para llegar cuanto antes a la zona de embarque.
—¿Cómo afrontas tu último año en la escudería verde, Hunter?
El micrófono entra por el medio de la masa de cuerpos que se han formado a mi alrededor. No sé ni dónde estoy en estos instantes. Son de esos momentos en los que mi cabeza se enturbia debido a la marabunta de gente que me rodea.
—Tenemos que irnos, muchas gracias por el apoyo.
Agradezco de algún modo que Nate se haya metido en medio para darme un respiro.
Si no llega a ser por él, hubiera pasado la puerta de embarque y habría tenido que dar la vuelta, extendiendo aún más la incómoda situación.
Son mis vacaciones de verano y hace exactamente dos días que se ha hecho público mi fichaje por la mayor escudería de Fórmula 1. Es un puto sueño cumplido haber llegado a Redari, aunque aún quede un largo trabajo hasta conseguir resultados. Empezando porque mi contrato actual aún no ha finalizado.
Conseguimos salir de la multitud al acceder al túnel de entrada del avión.
—Eso ha sido…
—Una locura —admito ante Nate.
Escanean nuestras identificaciones y nos permiten acceder al aeroplano. La idea inicial era llegar por la pista, pero debido a una avería, hemos tenido que hacer el recorrido por todo el aeropuerto. Michael no va a estar muy contento cuando vea las imágenes de Nate y mías correteando y haciéndonos fotos.
Sonrío cuando vuelvo la atención hacia Nate. Él lo hace de vuelta y con ese simple gesto, sabe lo que estoy pensando.
—Eres un narcisista de mucho cuidado —advierte.
—Pero sabes que soy el mejor.
No espero a que me aporte una respuesta, no es necesario, me giro y entro en el avión privado de mi padrastro para echar una buena siesta hasta el momento de aterrizar.
—Por ahora eres el mejor. No tienes buena competencia, dentro de unos años veremos quién puede decir esa frase con seguridad.
Me fijo en que ha buscado ropa cómoda para el viaje, al igual que yo.
—Si lo dices porque te crees mejor, ambos sabemos que no tienes nada que hacer, Scroll.
Retira con chulería el pelo que ha caído sobre su frente y eleva el dedo índice a modo de advertencia.
—No te tengo miedo, Hunter, yo no.
De todas las advertencias que me han dado en mi vida, esta es la que menos miedo despierta en mí. Quiero a Nate, o por lo menos lo hago a mi modo. Ha estado en mi vida desde que tengo uso de razón, es el hijo del mejor amigo de mi padrastro, ama la Fórmula 1 tanto como lo hago yo, y siempre está cuando lo necesito, pero es Nate. Con él nunca sabes si un día no le va a sonar el despertador, si se va a perder en una isla paradisiaca, o vete a tú a saber qué.
Me recuesto en el confortable sillón con el cinturón puesto.
Michael, mi padrastro, nos ha dejado su avión «más low cost». Él necesitaba viajar con el grande, el mismo que tiene dos cómodas habitaciones en las que podríamos estar durmiendo en estos instantes.
—No me sienta bien trasnochar —anuncio.
Ayer fue la revelación de mi nuevo contrato. Mi madre quiso hacer una fiesta por todo lo alto en casa, y el resultado ha sido una jodida resaca, decorada con un intenso dolor de cabeza y un viaje planeado desde hace días.
—Asher podía esperar un día más. No deberíamos de viajar hoy, siento las venas llenas aún de alcohol.
—Tienes veintiún años, Nate, hasta tu padre tiene más aguante.
El padre de Nate y el mío son esa clase de tíos trajeados que beben Bourbon para hacer negocios. Mis argumentos tienen solidez.
La respuesta llega en forma de carcajada seca y pasotismo. Muy al estilo Nate Scoll.
—No he dormido en toda la noche y estoy viajando a un pueblo perdido en la montaña, trátame con cariño o empezaré a llorar.
Bufo.
No soporto el dramatismo y él es muy… Muy de eso, sí, sin ninguna duda.
—Quiero contarle la sorpresa a Ash cuanto antes —admito.
Escucho el rechinar del cuero del asiento con el movimiento de Nate hacia adelante. Abro los ojos y percibo que me observa con atención.
—¿Crees que va a ser una buena idea? Lleva una buena temporada en Lellos, parece feliz.
—Asher tiene que estar en Londres, Lellos es un lugar para desconectar, pero no es su lugar.
El día que firmé el contrato tuve clara mi primera llamada. Asher es esa clase de persona que se alegra tanto por tus victorias, que las vive como si fuese él el protagonista.
Ha pasado momentos complicados en los últimos años, se ha refugiado en un pueblo de montaña perdido en Suiza para sanar sus heridas, pero es el momento de volver. Todos queremos que lo haga y tenemos un plan.
Miro hacia Nate a la espera de que responda. No lo hace, o no de forma inmediata. Se queda en silencio mientras cabecea.
—Los Keller son una buena compañía para él. Londres es un ruido constante.
—No vamos a tener de nuevo esta conversación.
Los problemas de Ash no solo son físicos, también mentales. Todos hemos intentado cuidarlo al máximo posible, por eso hace unos meses se fue a vivir con los Keller, unos amigos de la familia que tienen un negocio familiar dedicado a rescates con caballos.
Nate me da la espalda y lo tomo como el indicativo de que la conversación ha llegado a su fin. Sé que traer de vuelta a nuestro amigo es bueno para él, sino, no lo haría. No es una cuestión de egoísmo como se piensa Nate.
***
—¿Me estás vacilando?
El hombre repasa su bigote con los dedos de la mano derecha y vuelve a negar de forma consistente.
—No tenemos coches disponibles, tan solo las furgonetas antiguas. Los turistas habéis arrasado con todo este año, no puedo hacer nada más, hijo.
—Esta furgoneta tiene más edad que yo mismo.
Asiente ante mi comentario, de igual modo sigue en sus trece.
—Camina como un reguilete. No te dejará tirado, de eso ya me encargo yo.
Observo la chatarra con un color rojizo que se ha ido desgastando con el paso de los años.
Cierro los ojos con fuerza esperando que el gesto me aporte algo de calma. Hace una hora que aterrizamos y hace cincuenta minutos que deberíamos de estar de camino a la finca de los Keller. El Rancho no está lejos del aeropuerto, o no lo está cuando viajas en un cómodo deportivo como suele ocurrir cada vez que acudo. La empresa de alquiler de vehículos está bajo mínimos en esta ocasión y solo queda…
—Se parece a Mate —suelta Nate en medio de mi mal humor.
Me giro hacia él, dándole la espalda al hombre que intenta colarme la chatarra como un vehículo fiable.
—¿Quién cojones es ese?
—Venga ya, Beck, ¿es que no tienes infancia?
—En estos momentos no me apetece pensar en mi infancia, por si no te has dado cuenta, no tenemos coche para ir a nuestro destino.
Nate da un paso hacia adelante, confiado en lo que está a punto de soltar por la boca. Pega un sonoro golpe sobre el morro de la furgoneta y habla. Prefería que siguiera en silencio, pero por más que rezo al cielo, jamás lo consigo.
—Tow Mater, “Mate”, la furgoneta de Cars.
En serio, ¿Cars?
—Venga ya Nathaniel. Lo que me faltaba por escuchar era justamente ESTO.
El hombre se sorprende por la revelación de mi amigo y se ríe de la gracia.
—Os lo dejo a buen precio, los Keller son amigos del negocio. Ellos os asegurarán que mis coches tienen calidad.
—Eso si llegamos —apunto por lo bajini.
Nate sigue muy emocionado con hacer una revisión a la furgoneta.
—Mire usted, este hombre se cree un Dios de la conducción por haber conseguido un contrato con esta escudería roja con un caballo encabritado, ¿se da cuenta de a cuál me refiero?, Redari se llama. —El hombre cambia la atención de Nate a mí y vuelta a empezar. Lo que antes era una conversación normal entre un vendedor y un cliente, ahora se ha convertido en una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos felices. Maldito Nate—. Pues así estamos, que la familia y los amigos no podemos bajarle el ego. Por eso mismo me parece una buena propuesta que nos prestes a Mate para viajar.
—¡Os la presto! No hace falta que dejéis fianza, yo no la necesito, tengo una furgoneta para cuando tengo que ir al pueblo.
Mueve la cabeza para que miremos en la dirección. Señala una brillante furgoneta nueva de la marca Mercedes que no debe de tener más de un año.
No es listo ni nada «el buen hombre».
Nate extiende la mano a forma de pacto, él la acepta con una sonrisa.
—Si tenéis cualquier problema, los Keller conocen mi teléfono. ¡Buen día!
Desaparece antes de que procese el mensaje de «si tenéis algún problema».
—¿Por qué me da la sensación que sabe más que nosotros? —pregunto arrugando la frente.
—Porque tienes un palo metido por el culo desde hace unos días —me responde Nate abriendo con el mando a distancia la chatarra roja que nos han encasquetado.
Hace el amago de tomar el puesto de piloto, pero me adelanto y le quito la llave antes de aceptar una locura más.
Se ríe a modo de respuesta y deja que suba a los estropeados asientos.
Estoy acostumbrado a conducir deportivos, no soy el idiota que quiere retratar él. Me gusta la calidad al volante porque, cuando la has catado, lo demás es similar a conducir el coche de Pedro Picapiedra.
No es necesario que active el navegador, conozca la ruta y la peligrosa carretera montañosa de este lugar. He crecido viniendo aquí siempre que mi madre y Michael necesitaban desconectar de la ruidosa vida de Londres. Los Keller son una parte de nuestra familia, la elegida por la amistad.
Nate activa la música sin pedir permiso y una rítmica música country explota por los altavoces. Me gusta el ritmo, me recuerda al modo de vivir que hay aquí en Lellos. Suena hipócrita cuando viajo durante todo el año a los mejores hoteles del mundo.
(Suena livin on love)
—Mueve esas caderas, Hunter, que las tienes oxidadas.
Pongo los ojos en blanco sin mirar hacia él y se ríe de mi cara. Lo hace tan fuerte, que ese sentimiento de felicidad se imprime en mi propio rostro.
Ya percibo como la tranquilidad se está apoderando de mí. Han sido días de muchísimos nervios. Hasta el último momento no tenía la seguridad de que fuera a firmar el contrato. Mi antiguo jefe podía poner reticencias, y no lo ha hecho, sin embargo, trabajar con él durante un año va a ser complicado. Nuestra relación se ha dinamitado.
Nate comienza a cantar imitando la voz del cantante. No tiene ni idea de lo que está diciendo, se está inventando la letra, y a pesar de ello la sonrisa no se me borra. No sé si es el paraje, la carretera enclaustrada en medio de la verde montaña. Las casas de madera que están pintadas a cuentagotas en el camino o los animales que pastan pacíficamente ajenos a nuestro paso.
El camino hasta Lellos, y el propio pueblo, es una mezcla de belleza y lección de lo grande que es la naturaleza. Hasta que no regreso no soy capaz de expresar lo que se siente cuando piso sus tierras.
Estoy a punto de mover la cabeza al ritmo de la música, cuando es la propia furgoneta la que da el tirón hacia adelante. Aprieto por instinto el acelerador, pero el vehículo ralentiza el paso.
—¿Qué cojones está sucediendo? —pregunto.
—Aspiro a ser piloto, no mecánico o ingeniero.
Ignoro a Nate y vuelvo a intentar que no se ralentice el ritmo, pero es imposible. Lo retiro hacia la cuneta y apago el motor.
Es tan increíble que solo puedo mover el gesto hacia mi acompañante, y esperar una respuesta que merezca la pena.
Lo que encuentro en sus ojos claros es diversión.
—Nos la ha colado, pero bien —aporta antes de romper a reír. Ha mantenido el silencio más de lo que esperaba.
Mi grito de frustración se ve perdido entre la música country que ahora suena a todo volumen porque Nate, entre las carcajadas, ha decidido que cantar y reír es la cura para sobrellevar que nos hemos quedado tirados en medio de la carretera.
Que aventuras le deparará? 😍
Empieza la aventura JAJAJAJAJA