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Foto del escritorNerea Pantiga

Capítulo 2. A GALOPE 

Actualizado: 18 feb



BECK HUNTER


—¿Estás seguro de que dijeron que iban a venir a buscarnos?

—¿Crees que no me he asegurado de ello, Nate?

—A no ser que vengan a caballo, no es comprensible entender por qué están tardando más de una hora en llegar. 

Hemos decidido sentarnos en el capó de la chatarra para que el sol nos aporte algo de tranquilidad. Me aporte, mejor dicho, porque para Nate esto simula a ser una aventura. Es peor que un niño pequeño al que su padre ha enviado a pasar las vacaciones lejos de casa. 

Toma aire con fuerza y exclama. 

—Se huele la libertad en este lugar. 

—Libertad de tener que ir caminando o a galope —añado con un toque más pesimista.

Me recuesto para ignorar el murmullo de mis pensamientos. También he caído en la suposición de que no vengan en coche a por nosotros, pero no la quiero tener en cuenta. No serían tan cabrones de…

Lo primero que escucho es un «toc-toc» constante, con una seguridad y firmeza asombrosa. Soy reticente a erguir mi cuerpo. 

Cuando lo siguiente que captan mis oídos es un relincho, no puedo soportarlo más. 

Nievan y Miles aparecen por la ladera de la montaña, subidos cada uno a un caballo, con sus botas de vaqueros y con el sombrero que nunca los abandona. 

—¡Son unos cabrones! 

Ni de broma me voy a contagiar de la energía de Nate en estos instantes. 

Los caballos se acercan cuando los jinetes piden que aumenten el ritmo. El primero en llegar es Miles, su pelo oscuro destaca del de su hermano, solo unos minutos más joven que él, que más parece australiano con ese tono dorado y el pelo rubio que tiene. 

—Ha habido una alerta de dos turistas varados en la carretera, ¿sois vosotros?

El otro caballo alcanza nuestra posición y Nevan baja de él sin hacer amago de sufrir en el camino. 

—¡Amo los cabrones que sois!

Nate salta de la furgoneta y se abalanza a abrazar a Nevan que lo espera con una sonrisa impresa en su cara. Le da unas palmadas sonoras en la espalda antes de que el británico salude con cariño al caballo. 

Miles mantiene su atención en mí. Ninguno de los dos parece que esté dispuesto a sonreír por primera vez. 

—Bonita broma —aporto. 

Lo de ser casi los hermanos más mayores del clan Keller no los ha nutrido en madurez.

La altura del caballo hace que su cuerpo esté por encima de mi campo natural de visión. Tengo que elevar el cuello para mirar hacia él, suerte que su sombrero opaca el sol para poder apreciar cómo se le forma una tímida sonrisa de medio lado. 

—No ha sido idea mía. No en esta ocasión. 

Hace lo mismo que su hermano, baja del animal cambiando el peso de la pierna y dando un pequeño salto. El movimiento cambia las tornas, me deja a mí por encima de su cabeza. 

—Venga ya, Beck, abraza este torso musculado que sé que lo estás deseando. 

Estoy enfadado. 

No, más bien estoy frustrado porque no me gusta una mierda que los planes se salgan de su control, pero es Miles Keller quien me está pidiendo un abrazo. 

Recorto la distancia que nos separa, si ellos saben subir y bajar con elegancia de un caballo, yo sé hacerlo mejor que nadie de un vehículo a motor, aunque sea una chatarra. Sus brazos me rodean con cariño y entonces me permito reírme de la jugada que nos han hecho. 

—¿De verdad vamos a tener que ir a caballo hasta el Rancho? —pregunto cuando tengo su oído al lado de mi cara. 

—Tengo lista de espera para dar un paseo abrazados sobre Mango. No desperdicies esta oportunidad. 

Mi mano se va directa a darle un pescozón en el cuello. He echado de menos a este idiota en el último año. Ha sido una temporada intensa y no he tenido tiempo para visitarlos tanto como me gustaría. 

—Veo que el ego sigue bien trabajado por este lugar. 

Miles se aparta para dejar que su hermano ocupe su lugar y me salude del mismo modo. 

Nevan es la antítesis de todos sus hermanos. Con una piel dorada por el sol y con el pelo más rubio del lugar. Cualquiera diría que estos dos compartieron embarazo porque son la noche y el día. 

Ante sus brazos extendidos, sonrío por fuerza mayor. Nevan no desaprovecha mi buen hacer para tocarme el culo hasta pellizcar la carne. 

—Seguimos igual de recataditos por aquí, ¿verdad?

He utilizado el chándal de la escudería para viajar. Ellos, acostumbrados a esos vaqueros de tiro bajo y a las camisas de cuadros, cualquier complemento de moda les parece algo fuera de la norma. 

Le respondo con un puñetazo en el hombro que no surte ningún efecto. Estos tíos son puro acero. 

—Venga —comienzo a decir—, ya me he tragado la bromita, ¿dónde está el resto con el coche?

Si mis cálculos no me fallan, quedan aún veinte minutos en coche hasta alcanzar el pueblo de Lellos. En caballos eso se traduciría en más de media hora y no estoy dispuesto a caminar con dolor de culo por la gracia de estos idiotas.

Los hermanos Keller se miran entre ellos. Nevan se lleva la mano a la cadera y Miles se retira el sombrero antes de abrir la boca. 

—No es ninguna broma. La furgoneta estaba ocupada, es la única opción.

No puede ser una opción recrear una película de Nicholas Sparks, a lomos de un caballo, para llegar a la finca. 

Muevo el rostro para pedir una explicación real, cuando Nate se adelanta a mis comentarios.   

—¡Me pido a Nevan y a Caramelo!

Tanto Nevan como su caballo, Caramelo, son los más pacíficos, o por lo menos comparado con Miles y Mango que tienen fama de estar locos de la puta cabeza cabalgando por estas montañas. 

—¿Estáis pirados de la cabeza?

—Ignorarlo, está insoportable desde hace unos días. Quiero pensar que es por la presión del  nuevo contrato. 

—No estoy insoportable, Nate. 

Me ignora, se sube a Caramelo, y espera a que Nate tome el puesto delante de su cuerpo. Ambos se quedan mirando hacia mí a la espera de que copie sus movimientos. 

Solo me queda resoplar, es que, ¡joder, parece que me quieren sacar ellos de mis casillas!

No paso por alto la paciencia de Miles a mi lado. Él no suele esperar por nadie. 

—Tengo una cláusula que me impide ponerme en riesgo —elevo el dedo índice para avisarlo—, como me lesione, tendrás que pagar una millonada. 

—Sí, pilotito famoso. 

Vuelve a poner el gorro sobre su cabeza. 

No me gusta que ellos me nombren de ese modo, cuando vengo a Lellos es de las pocas ocasiones en mi vida que me permito ser simplemente Beck. Supongo que Nate tiene razón y tengo que destensarme un poco. 

Se sube a Mango y el caballo se mueve de adelante hacia atrás. Cuando frena sus movimientos, Miles extiende la mano a modo de invitación. El Beck niño amaba este tipo de aventuras, ahora mismo no me parece tan divertido cabalgar con la melena al viento, agarrado a las caderas de Miles y con los gritos de Nate de fondo.  



***


El Rancho es el nombre que porta la finca de los Keller, que en realidad ellos no son los dueños, sino la exmujer del marido de su madre que… Es un árbol genealógico complejo de comprender. 

La valla que rodea la enorme extensión tiene un mecanismo de lo más rústico, es Nevan quien se apea del caballo para abrir por su cuenta. Mientras tanto, el idiota de Nate hace el amago de sostener las riendas de Caramelo y rebotar sobre su espalda para simular lo que no es. 

«Un vaquero sexy»

—Te queda mejor que ese coche que quieres conseguir a toda costa. 

Miles es conocedor de las pretensiones de Nate. 

—Ese coche va a ser mío más pronto que tarde, pero no descarto hacer un catálogo de fotos sobre Caramelo para completar mis facetas de tío irresistible. 

Miles se queda en silencio, copio su postura, y Nate tiene que claudicar, poner los ojos en blanco y mandarnos a la mierda. 

Es un tío atractivo, sí, pero es que lo repite a todas las putas horas del día. Y lo peor de todo es que no sé si está enamorado de la hermana de nuestra mejor amiga o es otro de sus trucos de magia para entrar en la parrilla el próximo año. 

Miles le pide a Mango que entre dentro de la finca con un movimiento de cadera hacia adelante, y Caramelo lo sigue sin falta de que se le dé la indicación. Nate, sin la seguridad del cuerpo de Nevan con él, parece una espiga de maíz en un día de viento. 

—¿Todo bien, Scoll?

—Las fotografías van a ser estáticas —aporta con la voz tintineante. 

No puedo reírme todo lo que desearía de la cara de pánico de Nate porque una figura sale de la casa de madera. 

Colden abre el paso hacia nosotros con una sonrisa que sé que solo muestra en ocasiones contadas.

Miles me ayuda a bajar del caballo, toco el césped, y no tengo tiempo a girarme cuando vuelvo a estar en las alturas, en esta ocasión, rodeado por un enorme cuerpo. El mayor de los hermanos Keller es grande, rudo y la mejor definición de chico vaquero. Su estilo, el modo de organizar su vida y el trabajo que tiene, es buena prueba de ello. 

—¡Te he echado de menos!

Me deja en el suelo y extiende la mano para apretarla con fuerza. Va acompañada de una palmadita en la espalda que me deja tieso. 

Mi dieta es estricta, nuestro peso no puede fluctuar a lo largo de la temporada, debemos mantenernos en una línea para que el monoplaza no tenga que sufrir cambios. Siempre he deseado tener los músculos de los Keller, pero hasta que no me retire, no va a ser posible. Por su cuenta, Colden sigue a la espera de que abra la boca. 

—Joder, cada vez que vengo estás más grande. 

—Es el aire de Lellos, vosotros en la ciudad no tenéis nada más que mierda a vuestro alrededor. 

—Colden Keller, también te he echado de menos. 

Saluda a Nate del mismo modo y posa ambas manos en las caderas mirando de uno al otro.

—¿Por qué no habéis avisado? Os habría ido a buscar en la furgoneta. 

—Es una broma, ¿verdad?

El rostro de Colden no varía. Su barba sigue impoluta, aunque su vestuario esté salpicado de barro debido al trabajo que tiene. No hay diversión en su rostro, dice la verdad. 

Se gira hacia sus hermanos. 

—Os dije que no era el momento de hacer ninguna broma. 

—Oye, que tampoco soy de cristal, eh. 

No necesito la protección del mayor de los Keller, me hace sentir más idiota de lo que soy. 

—¡ALELUYA!

El grito de Nate se ve opacado por unas nuevas voces que salen de la casa. 

Los Keller más temidos gritan ante nuestra presencia. 

No es por nada, pero escucho más un «Beck, has llegado», que el nombre de Nate. 

Eric y Wylan son los hermanos gemelos más idénticos que he conocido en mi vida. Abro los brazos y caen sobre mí para apretarme en un sandwich que acaba con mi ojo tuerto porque uno de ellos me ha metido el sombrero en el ojo. 

La palabra «efusividad» la crearon para definirlos a ellos. 

Consigo zafarme de su agarre cuando Nate los llama. 

—Samuel y Asher están esperando dentro —dice Colden posando su brazo en mi hombro. 

He viajado hasta aquí para llevarme a Asher a casa, así que no pierdo más tiempo y camino hasta la casa de madera que está plantada en medio de la finca. Es hermosa, demasiado tradicional para mi gusto, pero con encanto propio. No desentona entre el ambiente, quizá eso sea lo que la haga especial. 

La madera del suelo rechina ante mis pasos acelerados. Samuel suele utilizar la mesa del comedor como su espacio de trabajo. Es un friki de arreglar cosas que llevan sin utilizarse un siglo, entre ellas la tecnología. Asher es otro friki informático así que…

—¡EL PAPI HA LLEGADO!

«¿Acabo de decir eso?»

Asher levanta la cabeza, convierte su rostro en una amplia sonrisa y deja que la silla caiga con fuerza hacia atrás, Samuel, por inercia, mira hacia él y luego a mí. 

—¡ASHER! —grita Nate detrás de mí. 

El susodicho corre hacia nosotros y se tira como si fuese un cantante de rock pasado de cerveza. 

Mirar el rostro de Asher es complicado, siempre será una sensación extraña, pero joder, lo he echado mucho de menos. 

—Tío, dos meses más y esta gente te convierte en un vaquero—exclama Nate moviendo la camisa de nuestro amigo. 

Se le tuerce el rostro cuando sonríe. Ahí está ese movimiento en el estómago incómodo. No quiero que él note la incomodidad, hemos venido a llevarlo con nosotros a Londres, no a recordar el pasado que le trajo aquí. 

Samuel espera paciente su turno para saludar.

Siempre he creído que tiene el cielo ganado por soportar a sus hermanos con el talante con el que lo hace. Es el mediano de los seis y tiene una paciencia infinita, además de que es un cerebrito digno de estudio. Podría ser uno de mis ingenieros si no me mandase a la mierda siempre que tuviera oportunidad. 

—«Parece que has dado el estirón». 

Copia mi postura y mueve las manos delante de su pecho para responderme. 

—«Veo que el nuevo contrato no ha erradicado tu gilipollismo». 

Lo acerco contra mi pecho para darle un abrazo. Debido al problema auditivo de Samuel, mi madre me enseñó lengua de signos desde que era un niño. 

—Os he echado de menos —susurro aunque él no me pueda escuchar.


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4 comentarios


Amo a Mate jiji

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Nos unimos al Team de Nate, aunque Beck nos mire mal 😂

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Meee encanta!! Fan de Mate JAJAJ

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¿Sobrevivirán a Mate? Porque Beck no está muy convencido 🤪

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